La primera kellis

Marisol Ayala

La conocí hace doce años en Morro Jable (Fuerteventura). Coincidimos un par de veranos; ella limpiando todos los apartamentos del mundo, yo de vacaciones. Poco a poco pegamos la hebra que ya saben que el ocio activa la necesidad de adquirir conocimientos. Entonces supe que la parte más maltratada del turismo eran ellas. En un recoveco del complejo, al que no llegaban ni el sol ni las miradas ajenas, ella y sus compañeros relataron la esclavitud bajo el sol. Dejaban la carretilla en el jardín y venían a echarse una cerveza y un cigarro. Estaban muertos. Ahora sé que Concha, así se llama, era lo que hoy conocemos por una kellis, antes camarera de habitaciones. Lo desconocía porque la admirable lucha de las kellis de hoy no  había estallado. Concha vivía en Puerto del Rosario, es decir, a dos horas en transporte público y bastante menos en vehículo privado, de Morro pero el sueldo no alcanzaba; ni siquiera compartiendo gastos salían a cuentas. Durante el verano ella y otras compañeras idearon la manera de dormir en un recodo de los jardines para abaratar costo. Compartían una colchoneta y allí descansaban. Eso sí. Por la mañana tenían café y donuts que comían en los apartamentos amigos. Ese colectivo antes y ahora han sido esclavizado por la complicidad de la administración y los empresarios del sector. Nadia sabe nada, de hecho Rajoy “él rápido” hasta hace unos días no sabía ni que existían. Concha contó su dureza del trabajo, cómo de mal estaba su espalda, qué miseria le pagaban, el desprecio de sus jefes y las pretensiones de alguno. Se pasaba el día con la fregona a cuesta y los bolsillos llenos de trapos. A todo lo que ya sabemos, innumerables tareas para dejar las habitaciones como un palmito, hay que añadir cosas feas porque ya sabemos que en la intimidad de la habitación hay clientes que se crecen y no dudan en mostrar miserias en todo su esplendor.

Para resumir, que el que tiene que dignificar el trabajo de las kellis es el gobierno español exigiendo a los empresarios que cumplan; no permitirle más atropellos y obligarle a ordenar un colectivo tan necesario y machacado. Hay empresarios que imponen a sus trabajadores una condición que los retrata. Para que las kellis se conviertan en “profesionales” de la limpieza tienen que permanecer tres años como becarias. Es decir, tres años cobrando el 60% menos del salario por recibir tan exclusiva formación.

¿Y un Master de fregona?

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